A fin de imponer su dominio sobre un complejo mosaico de más de
500 tribus, con lenguas, religiones y costumbres dispares y radicadas en áreas
geográficas distantes, Pachacuti Inca Yupanqui reprimió con extrema dureza las
rebeliones de los pueblos sometidos y no dudó en deportar a los grupos más
conflictivos lejos de sus regiones de origen.
No fue, sin embargo, un mero conquistador, ya que también supo
dotar a su Estado de una sólida y eficaz estructura administrativa. Así, por
ejemplo, organizó las ciudades conquistadas según el modelo inca y encomendó su
gobierno a una jerarquía de funcionarios que habían de rendir cuentas de su
gestión en Cuzco, la capital del Imperio, que durante el reinado de Pachacuti
superó los 100.000 habitantes. De hecho, todos los cargos importantes eran
desempeñados por funcionarios de origen inca, mientras que los gobiernos
regionales estaban en manos de miembros de la familia real.
En los últimos años de su vida, Pachacútec confió la dirección de
las campañas militares a su hijo Topa Inca, en tanto que él se dedicaba a
supervisar la construcción de algunos de los monumentos más importantes de la
cultura inca, como el Templo del Sol, en Cuzco, la ciudadela de Sacsahuaman,
cerca de la capital, y Machu Picchu, la ciudad-fortaleza enclavada sobre el
valle del río Urubamba. A este soberano se atribuye también la adopción del
sistema de cultivo en terrazas, que caracterizó el sistema agrícola incaico.
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